Hugo Martoccia – Mesa Chica
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Lo primero que hay que decir es que en estos primeros 100 días de gobierno parece que hay dos Mara Lezama. Una es una Mara 4T; gestora, popular y con mensajes de austeridad e inversión social histórica. Y la otra es una Mara que sigue rodeada de muchos funcionarios sin sentido, la que no termina de encuadrar su relación con el Verde y parece no saber cómo resolver los vestigios del neojoaquinismo residual que empañan su gobierno.
Ambas parecen contradictorias, pero quizá no lo son. Hay quien dice que en realidad es una sola Mara, pero diversificada. Una Mara pública y una subterránea. La Mara pública es la del discurso y algunas acciones 4T; la subterránea es la que, por ejemplo, se desvive por mantener contento a un grupo de empresarios sin peso político ni compromiso social alguno.
Hay quien arriesga, incluso, que la Mara pública es una Mara del presente, la que entiende la necesidad de mostrar su lado más lopezobradorista, porque ahí están la popularidad y los votos. Y otra es la Mara del futuro, la que prepara un marismo post AMLO, un proyecto que contendrá mucha menos 4T y mucho más pragmatismo político.
Esta última es una Mara menos dogmática, más fiel a sí misma, más cercana a los empresarios y al viejo sistema político estatal, donde se siente muy cómoda. Pero también es una Mara más fuerte y más popular, porque se propone ser ella misma quien reemplace el carisma y el poder del líder máximo más allá de 2024.
Mara trabaja en una suerte de estrategia de sustitución de liderazgos; un proyecto que requiere un liderazgo social y estatal muy sólido para cuando AMLO decida retirarse a su rancho de Chiapas.
Por eso hay quien dice, no sin cierta malicia crítica, que en estos primeros 100 días de Gobierno los anuncios estratégicos son 4T, pero los detalles los operan los pragmáticos, que gestionan el verdadero marismo.
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100 DÍAS
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Debe decirse, también, que en este primer tramo de Gobierno, la Mara pública es mucho más trascendente que la subterránea, que hasta ahora es sólo parte de un espacio político especulativo.
La gobernadora ha reorientado su agenda (que perdía horas valiosas en reuniones con empresarios) hacia eventos sociales masivos y mucha gestión de obra pública. Multiplica su presencia, y se hace insustituible. Tan es así que podría decirse que Mara es el gobierno. Porque la realidad es que hasta hoy, más allá de ella misma, aún hay muy poco por decir.
Los planes alimentario y de medicamentos están aún en una etapa embrionaria; los impactos de la reorientacion presupuestal van a tardar meses en hacerse notar, y, como ya se dijo, en el laberinto de la administración pública aún hay demasiados espacios cubiertos por los mismos de siempre, que hacen lo mismo de siempre y del mismo modo que siempre.
Y también están los conceptos de gobierno, que aún no terminan de cuajar. Hace unas semanas, en una plática informal, un grupo de alcaldes y funcionarios coincidió en una pregunta sin respuesta ¿Qué es el Nuevo Acuerdo por el Bienestar y el Desarrollo? Varios aún no entienden el concepto del principal proyecto de Gobierno de Mara. Y no lo entienden porque dicen que nadie se los sabe explicar bien.
Otro funcionario público se preguntaba semanas atrás: ¿Qué va a hacer la gobernadora con la mitad del gabinete que no funciona?. Otra pregunta que muchos se hacen es: ¿Qué papel le toca jugar a Cristina Torres, que cada día pierde un poco más del impulso inicial y se parece más y más a las insípidas secretarías de Gobierno del tramo final del neojoaquinismo?. Mara necesita consolidar una Secretaría de Gobierno fuerte, porque toda la gestión política no se puede reducir a su presencia o sus mensajes de Whatsapp.
Pero el impulso por el control total que tiene la gobernadora hace que a veces las cosas no funcionen como debieran funcionar.
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RECURSOS Y GOBERNABILIDAD
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Otro problema inminente se verá cuando la puja entre las dos Mara sea por dinero. La primera señal sobre ese conflicto fue dispar. Lo de los Fideicomisos de Salud, Seguridad y Turismo es un ejemplo. Se trata de una buena idea mal ejecutada. Lo que empezó como un proyecto de transparencia, gestión y mirada social, terminó convertido en un club de Toby que permite que esos Fideicomisos estén integrados por nombres impropios a la 4T. Empresas privadas, como Alltournative, la insaciable Asociación de Hoteles, y Coparmex, fiscalizarán y hasta decidirán el destino de recursos públicos. Mara tuvo que ceder todo eso para que le “permitieran” aumentar los impuestos.
Un dato extra es que esos actores empresariales son férreos opositores de la 4T de AMLO, pero forman parte de la construcción del marismo.
El problema, sin embargo, va más allá de las formas. Los hoteleros ya se quedaron para ellos con la mitad del aumento del Impuesto al Hospedaje, y se garantizaron 700 millones de pesos para promocionar sus hoteles y negocios propios. A la par, Mara ya probó la dificultad de gobernar sin recursos: en los primeros días de gobierno debió pedir prestados 1500 millones de pesos para salir del bache que le dejó “su aliado” Carlos Joaquín.
Al final, todo es una cuestión de dinero. Y el dinero es un recurso escaso. Habrá que ver a quién privilegia el “marismo” cuando el recurso no alcance.
En ese contexto, el pacto de paz con el poder fáctico empresarial para que acepten los aumentos de impuestos, se vendió como la base de la gobernabilidad necesaria para arrancar el proyecto. Es un buen discurso que sólo contiene un error: es falso.
La gobernabilidad a Mara se la da el 80% de aprobación de AMLO y el 65% que tiene ella misma; el 57% de los votos que obtuvo el pasado 5 de junio; su relación casi idílica con el Presidente; el control absoluto del Congreso; el mando férreo que tiene sobre los ayuntamientos de la 4T e incluso más allá; el manejo de su partido, MORENA, y la influencia política determinante que ejerce sobre el Poder Judicial, los organismos autónomos, los demás partidos políticos y la prensa.
Una rebelión hotelera y empresarial por el aumento del Impuesto al Hospedaje no hubiese puesto en duda ese poder. Apenas le hubiese generado un poco de tensión política y mediática. Las relaciones tensas entre un Gobierno de corte progresista y los poderes económicos es casi una regla inviolable de la política. Cuando eso no sucede, alguno de los dos ha cedido demasiado. Mara tenía cómo soportar esa presión, pero decidió no hacerlo. Un gobierno nuevo forma su carácter en esas pequeñas y grandes decisiones.
En el marismo dicen que así construyen gobernabilidad. Siempre hubo en ese entorno una tendencia a sobrevalorar la necesidad de acuerdos. Esa excusa discursiva ya no es creíble. Esos acuerdos no son una necesidad política; son una decisión de Mara de no pelearse con nadie. Un camino a mediano y largo plazo insostenible para una gobernadora que asegura querer cambiar las cosas realmente.
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MARISMO POST AMLO
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